Planes improvisados otra vez, siempre son los
mejores. Por varias semanas había estado planeando ir a Yogyakarta, o Yogja,
como le dicen aquí, pero por alguna razón lo estuve posponiendo y hasta pensé
que no iba a poder ir del todo. Como a las 4 de la tarde del viernes, Dhanisa
(mi host sister y ahora compañera de viajes) me propuso alistar las cosas e ir
a la estación de tren para ver si quedaban tiquetes. Así que sin reservación ni
plan definido, nos fuimos. Llegamos faltando 10 minutos para que se fuera el
último tren del día y solo quedaba un campo. Le rogamos al vendedor que por
favor se sacara un tiquete no se ni de donde y lo logramos. Después de un mes
de estar aquí, ya aprendí que todo es así de flexible. Compramos
literalmente los últimos dos asientos que quedaban.
El camino fue agotador. Nos tocaron los
peores campos, sin aire acondicionado y sin poder reclinar el asiento. El tren
no apaga las luces en todo el camino (son 8 horas de viaje de noche) y para
cada media hora para montar vendedores ambulantes que pasan gritando ofreciendo
snacks. Pero nada de quejas, es parte del paseo.
Llegamos a la estación a las cinco de la
mañana y nos fuimos al Yogyakarta Backpackers, un hostal que nos habían
recomendado. Nos cobraron en pésimo inglés/bahasa 6 dólares a cada una y nos
fuimos a dormir.
Al día siguiente no paramos. Desayunamos
(desde que llegué a Indonesia no había desayunado tan bien como ahí, y nos
costó un dólar) y nos fuimos caminando al centro, que descubrimos que quedaba a
cinco minutos.
Yogja es una ciudad en el centro de Java,
conocida porque aquí se concentra la cultura javanés, está llena de arte, de
música y de historia (cada isla en Indonesia tiene su propia cultura). Y es un
sultanato. En el centro está el palacio del sultán, el Kraton, y el Castillo de
Agua, que es básicamente la piscina y el centro de recreación de la familia
real. Alrededor en la ciudad todavía quedan partes de murallas viejas y en la
plaza del centro hay unos árboles que dicen que si uno pasa por debajo de ellos
con los ojos vendados, se le cumplen los deseos.
Kraton. Aquí hacen las ceremonias oficiales.
Dhanisa, en el Castillo de Agua
En Malioboro, la calle principal, hay un
mercado lleno de souvenirs, cosas de cuero y de batik, que es súper famoso en
esta ciudad. Vimos como lo hacían y terminamos comprando un par. Pasamos después por una mezquita subterránea que tenía un patio interno muy bonito.
Como a las dos almorzamos rápido (me arriesgué otra
vez a comer en la calle, esta vez por 60 centavos de dólar) y nos fuimos para
Prambanan.
Es el templo Hindú más grande del mundo y es
Patrimonio de la Humanidad. Fue construido hace más de mil años en honor a unos
dioses, y fue abandonado y redescubierto siglos después. En las piedras está
grabada la historia de Ramayana, un cuento sobre el secuestro y el rescate de
una mujer.
Ahí pasamos la tarde y mientras descansamos,
me llegaron a entrevistar un montón de chiquitos para sus cursos de inglés.
Aprovecharon para tomarse fotos también…
Nos quedamos hasta la noche ahí, porque a
la par del templo ese día hubo un show de Ramayana Ballet. Son bailes acompañados por música solamente que cuentan la historia hindú, este duró como 2 horas.
Así acabo el día 1.
El domingo nos despertamos a las 3 y media de
la mañana (fin de semana de pocas horas de sueño) para ir a Borobudur, el templo
budista. En la sala del hostal había un gringo, George, que se estaba quedando
gratis en el sillón, porque 3 días antes cuando llegó, no había campo y lo
dejaron dormir ahí. El estaba esperando el mismo tour que nosotras.
Los hostales siempre son lugares buenos para
conocer gente interesante, para mi las historias que traen los viajeros son las
mejores. La cosa es que George estudió fotoperiodismo en California y después
de trabajar por todos lados en Estados, decidió viajar por año y medio dándole
la vuelta al mundo, empezando en Nueva Zelanda. Este es su sexto mes apenas.
Si quieren ver fotos increíbles de su viaje,
pueden meterse aquí.
Salimos de yogja a las cuatro y nos llevaron a un
pueblito en el medio de la nada. Aquí se nos unió más
gente, varios turistas y una mujer que llevaba agua hirviendo en una olla. Nos hicieron
caminar como 20 minutos cuesta arriba hasta llegar al pico de una montaña. El sol estaba a
punto de salir. Abajo, entre la neblina, se podían ver las terrazas de arroz,
el templo de Borobudur y en frente, Bromo, un volcán enorme que está activo.
Nos dieron un té y vimos salir el sol por
detrás del volcán. Que comienzo de día.
Después de eso, nos fuimos para Borobudur. Escogimos el mismo día que 800 buses de turistas,
la mayoría chiquitos de colegio que venían en excursión…
Los pañuelos que tenemos puestos los dan en la entrada del templo,
todos los turistas tienen que usarlo
Este templo es impresionante. Me gustó más que el otro, aunque
los dos asombran un montón. Borobudur es una sola estructura gigante. Tiene
seis pisos cuadrados y después tres circulares y está lleno de estatuas de
budas. También tiene más de mil años y es Patrimonio de la Humanidad.
Los budas están dentro de estas figuras
Fue un poco difícil disfrutar tranquilos del
templo, porque teníamos siempre a alguien atrás pidiéndonos fotos. Dhanisa se desesperó
de caminar conmigo y con George por esto y se fue a sentar arriba. Nosotros
dimos vueltas y tratamos de evadir a los indonesios pero fue imposible.
Cometimos el error de decirle que si a uno y no pararon de venir, hacían fila
y cuando nos dimos cuenta estábamos rodeados de celulares, cámaras, chiquitos
turnándose la foto y casi que todos haciendo la “pose asiática”
(el signo de paz con la mano). Habían algunos demasiados
emocionados que hasta gritaban de la emoción. Es muy extraño.
Un par de horas después decidimos bajar a la
entrada, y entre el tumulto y la gente diciendo “Ms. Foto foto”, Dhanisa se nos perdió y tuvimos que esperar hasta que el chofer la encontró.
Volvimos casi a medio día al hostal y
aprovechamos para dormir un par de horas. Después alistamos las cosas y nos
fuimos a buscar un restaurante, Milas, porque una amiga mandó conmigo un
encargo para la dueña.
Es un restaurante vegetariano que tiene una
alemana en el puro centro de Yogja. El concepto del lugar es lindísimo y la
comida muy buena (no dejo de impresionarme con los precios, yo pague
$3 por mi parte). Hay un jardín en el centro y casitas alrededor con techo
de paja donde están las mesas. Ella trabaja además con gente de la calle y con
chiquitos, les enseña manualidades y a los chiquitos inglés, y tiene una
tiendita ahí mismo donde venden lo que hacen en las clases, además de productos
bio.
Almorzamos tarde y nos quedamos ahí hasta que
fueron las cinco, y de vuelta para la estación de tren y para Jakarta. Esta vez
con mejores asientos y aire acondicionado, pero el doble de cansadas. Hicimos y
vimos tanto que nos pareció que estuvimos ahí más de lo que realmente fue.
Llegamos a las tres de la mañana de hoy, no tan
listas para comenzar la semana, pero habiendo aprovechado todo el tiempo que
tuvimos.
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